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viernes, 18 de abril de 2014

Identidad verbal: que Saussure nos perdone



Las posibilidades de un signo lingüístico no arbitrario y no lineal


No es lo mismo llamarse Carmen que Mamen. Y todos sabemos que no es lo mismo llamar a Carmen o a Mamen con un tono o con una intensidad, que con otra. 
La forma sonora diferente rompe las equivalencias porque se cuela en nuestra mente y construye un sutil perfil de inferencias donde el criterio de verdad o de lógica  se vuelve lo de menos. El sonido primero evoca, luego puede significar, y por rápido que sea ese tránsito, ninguno estamos a salvo de la influencia evocadora.

Gracias a Juan Antonio Almendros ( http://www.identidadverbal.com)   he sabido que en el terreno del marketing se trabaja en el interesante campo de la identidad verbal. Según su propia definición: 
“la identidad verbal no es "lo que la marca dice y cómo lo dice". La identidad verbal es "lo que los interlocutores entienden que dice la marca y lo que dicen de ella", más "lo que la marca dice y cómo lo dice".

Es pues un terreno donde la no arbitrariedad y la no linealidad del signo lingüístico pueden campar a sus anchas y dar espléndidos frutos.

Vamos a verlo.
En el momento en que pronunciamos una palabra ésta pierde rápidamente su linealidad ,como señala Gili Gaya (Gili,S. (1950). Elementos de fonética general. Madrid: Gredos), la linealidad del signo lingüístico es cuestionable si lo consideramos en el momento de su producción, ya que a la linealidad de los sonidos producidos se solapa la de los elementos paralingüísticos y prosódicos, que también forman parte de él. Esta consideración es de sumo interés ya que debemos entender que cada palabra no sólo  actúa como  medio de transporte del significado semántico, sino que es un vehículo que transporta información sobre las características personales, contextuales, sociales, emocionales… del emisor.
Sobre las influencias de este tipo de factores y sus vías de manifestación puede consultarse la entrada anterior: el paralenguaje.

En cuanto a la arbitrariedad, conocemos que la arbitrariedad del signo lingüístico no se da en las onomatopeyas, ya que el propio sonido imita aquello que nombra.
Pero ocurre también que, a causa de las asociaciones sinestésicas, expresamos a menudo las impresiones de un sentido corporal con palabras pertenecientes a otro. Hablamos de sonidos blandos o duros, de colores cálidos, de palabras dulces o ásperas…  Entre los simbolistas, por ejemplo, estuvo muy en boga la audición coloreada que evocaba colores y afectos por medio de sonidos,  Antonio Machado, nos decía que para él la i era amarilla y la u azul. 
Alex Grijelmo  nos ayuda a ver cómo el timbre claro de las vocales anteriores contribuye a sugerir el significado de vocablos como pelele, mequetrefe, pizpireta… O cómo las vocales que refuerzan los armónicos graves sugieren lo oscuro u opaco de murmullo, susurro, horror o coloso. 
Si volvemos al ejemplo, podemos sentir que la rotundidad de la oclusiva velar sorda /k/, tan firme, tan posterior, tan en lo íntimo de la boca, aporta una fuerza como de hachazo, es tajante, firme, delimita dónde empieza el nombre y contagia a la vocal de un ímpetu que la hace mostrarse sin amagos, aunque inmediatamente pase de nuevo a semiocultarse bajo el velo sugerente de la /r/ que se crece en su sensualidad al contacto de la /m/. 
Frente a Carmen, Mamen nos envuelve con sus texturas esponjosas, la doble aproximación de  los labios envuelve a la /a/ que se deja atenuar,  cediendo el protagonismo a las consonantes, que a cambio le prestan su nasalidad . El resultado es un nombre más íntimo, menos apelativo.
En la conversación familiar se alude con frecuencia a nombres propios feos y bonitos, y en tales aversiones o preferencias intervienen principalmente los sonidos que componente el nombre.
Muchas preferencias léxicas personales se apoyan únicamente en la atracción que, sin saber por qué, sentimos por la fisionomía acústica de ciertas palabras, y al desagrado que nos producen otras. 
Esta complejidad de relaciones estéticas, que emanan del significante, influye en el léxico usual de ciertas épocas, modas o autores, y comunica un sello particular al estilo literario, al habla y, es cierto, también puede ser una potente herramienta de marketing.


Interesante campo el de la no arbitrariedad deliberada. Seguro que esta posibilidad también le habría gustado a Saussure.





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